Entre selvas y desiertos: OVNIS en
Africa
Uno de los primeros casos reportados
sobre la presencia de OVNIs en África proviene del célebre
libro Travels in West Africa (Viajes en Africa Occidental), de
la inglesa Mary Kinglsey. En 1895, la aventurera victoriana se
bañaba sola de noche en el Lago Noovi cuando se vio
sorprendida por la aparición de una bola de color violeta del
tamaño de una naranja. El objeto se desplazó sobre la arena a
la orilla del lago mientras que otro objeto del mismo color y
dimensiones aparecía en uno de los islotes del lago, volando
sobre el agua para unirse a la primera luz en la playa.
Kingsley se dirigió hacia las luces, creyendo presenciar “un
insecto nocturno que nadie había visto jamás”. Pero las luces
abandonaron la playa para zambullirse en el agua. Desde su
canoa, la mujer pudo ver que las luces violeta disminuían su
resplandor conforme descendían al fondo de las aguas.
Consultando a sus guías nativos, se enteró que los objetos se
definían como Aku (Demonios).
Por: Scott
Corrales
A pesar de que el
fenómeno OVNI se ha constituido en un enigma mundial desde
hace cincuenta años, si acaso antes de eso, hay partes del
mundo de las que se tienen pocas noticias, como por ejemplo
Indochina, el subcontinente indio y el continente africano.
Algunos han afirmado que la falta de información sobre estas
distantes y fascinantes tierras se debe a circunstancias de
índole cultural, social y religioso, dado que las sociedades
animistas tienden a percibir fenómenos extraños – OVNIS,
criaturas extrañas o poltergeist – como irrupciones de los
ancestros de la familia, clan o tribu en el mundo de los
vivos, molestos por que no se les ha rendido el culto
apropiado. El temor a que los ancestros se enfaden aún más
hace que los testigos a estos fenómenos sencillamente reserven
lo visto a sus allegados y familiares.
Otros manifiestan
que la falta de organizaciones de investigación paranormal en
el ámbito nacional o hasta continental es el motivo por la
ausencia de datos, puesto que en ciertos países inestables las
autoridades no ven con buenos ojos las andanzas de los
“buscamarcianos” en la noche, sospechando que puedan ser
saboteadores, terroristas o espías usando su interés en lo
extraño como pretexto para sus fechorías. Los peligros que
encierran los viajes a partes remotas de estas tierras, en
donde pueden existir problemas de bandidaje o furtivismo,
tampoco ayudan a fomentar la investigación de
campo.
A pesar de estos
inconveniente, la masa continental africana tiene una extensa
tradición de avistamientos OVNI documentada desde la década de
los ’60 en el siglo anterior. A continuación examinaremos
algunos de estos casos.
El
amanecer de los OVNIs en África
Uno de los primeros casos que
nos ha llegado sobre la presencia del fenómeno OVNI en África
proviene del célebre libro Travels in West Africa (Viajes en
Africa Occidental), escrito por la incansable viajera inglesa
Mary Kinglsey, cuya obra se ha convertido en una herramienta
sociocultural de valor incalculable. En 1895, la aventurera
victoriana salió sola de noche a bañarse en las aguas del Lago
Noovi – entre los rios Ogowe y Rembe de la actual república de
Gabón – cuando se vio sorprendida por la aparición repentina
de una bola de color violeta del tamaño de una naranja. El
objeto se desplazó sobre la arena a la orilla del lago
mientras que otro objeto del mismo color y dimensiones
aparecía en uno de los islotes del lago, volando sobre el agua
para unirse a la primera luz en la playa. Kingsley, sin
pensarlo dos veces, se dirigió hacia las luces, creyendo
presenciar “un insecto nocturno que nadie había visto jamás”.
Pero las luces, aparentemente tímidas, abandonaron la playa
para zambullirse en el agua. Desde su canoa, Kinglsey pudo ver
que las luces violeta resplandecían en las profundidades,
disminuyendo su intensidad conforme descendían al fondo.
Consultando a sus guías nativos a la postre, los extraños
objetos fueron descritos como aku – demonios.
Las grandes
oleadas posteriores al avistamiento de Kenneth Arnold sobre el
Monte Rainier en EE.UU. en 1947 no demoraron en producirse.
Norteamérica y Europa presenciaron los primeros
avistamientos—ya legendarios—que constituirían los cimientos
de la investigación OVNI. Lo mismo sucedió en África, aunque
tardaran décadas en recogerse los distintos casos, la mayoría
gracias a la desaparecida investigadora Cynthia Hind y su red
de investigadores en el sur del continente negro.
En 1952, un coche
con cuatro sudafricanos que se encaminaban a un campeonato de
bolos en la ciudad de Beaufort West atravesaba la desolada
región de la República Sudafricana conocida como el Karroo –
una zona amplia y mayormente vacía en dónde a la postre se
producirían algunos de los casos más notables del continente –
cuando los deportistas se toparon con el misterio. A 20
kilómetros a las afueras de Laingsburg, el testigo, DG, fue
despertado por uno de sus compañeros de viaje, instándole a
echar una mirada por el cristal de la ventana.
“Vi lo que
parecía ver una bola verde resplandeciente hecha de una
sustancia nubosa a varios metros del coche, que parecía
cernirse sobre el suelo. Poco después el objeto siguió a
nuestro vehículo, alcanzándonos desde atrás e inundando el
compartimiento de pasajeros con una luz verdosa antes de pasar
directamente sobre nosotros. Al hacerlo, el motor quedó calado
y quedamos detenidos en pleno camino”.
El chofer
consiguió arrancar el motor de nuevo, explica DG, y los cuatro
pasajeros a bordo del vehículo siguieron viendo la luz, que
esta vez se encontraba a 200 metros hacia el frente. Picados
por la curiosidad, los pasajeros abrieron las puertas y
salieron para poder ver el objeto mejor.
“El objeto se
desplazó a la izquierda”, dijo DG, “y ahora estaba a unos 400
metros de nosotros. Su tamaño relativo era el de una rueda de
tractor, pero sólo podíamos ver una forma aproximadamente
circular entre la niebla resplandeciente que lo cubría. Como
no teníamos cámara fotográfica, no pudimos retratarlo. A estas
alturas, George (el chofer) comenzó a quejarse que no se
sentía bien, recargándose contra el coche y afirmando que le
dolían los ojos por haberse fijado en el objeto justo cuando
volaba frente a nuestro vehículo. Mientras que nos internamos
en el auto nuevamente, el objeto aprovechó para salir
disparado verticalmente, perdiéndose en la oscuridad. A fin de
cuentas llegamos tarde a Beaufort West, y el gerente del hotel
trató de buscar un farmacéutico que atendiese los ojos de
George, que estaban hinchados después de la experiencia.
Firmamos una declaración de lo que habíamos visto en el Karoo
y lo remitimos al periódico Cape Times, pero nunca acusaron
recibo. El incidente apareció mencionado brevemente en el
periódico local de Worcester, pero ninguno de los presentes en
Beaufort West vio algo parecido”.
El caso de DG
recuerda poderosamente a casos ocurridos en los Estados Unidos
durante la misma década cuando se hablaba de los “meteoritos
verdes” que supuestamente estallaban silenciosamente y que
llegaron a ser investigados por comités científicos. Otros
testigos han presenciado bolas verdes parecidas mientras que
se desplazaban en sus vehículos a lo largo de las carreteras,
siempre de noche. Lo interesante del caso sudafricano son los
efectos claramente físicos (hinchazón de los ojos, nausea,
etc.) experimentados por el chofer del automóvil, que son
síntomas clásicos de un encuentro cercano del segundo tipo
(CE-II, según la clasificación de J.A. Hynek).
Dos años más tarde, el 7 de
julio de 1954, John Flanagan, contando entonces con seis años
de edad, vivía en la granja Honey Dew en el distrito de Chivhu
de la actual república africana de Zimbabwe (entonces
Rodesia). La granja, según recuerda el testigo, se encontraba
sobre un promontorio que le permitía ver la sábana africana o
bushveldt así como las montañas azules que dominaban el
horizonte. Al atardecer de ese día, dos trabajadores de la
granja informaron llamaron la atención de los propietarios a
cinco o seis objetos en el cielo que “parecían dos platos
soperos pegados”, según Flanagan. Aunque era posible observar
los extraños objetos claramente, estos estaban a gran altura y
parecían estar montando un “espectáculo” para el beneficio de
los testigos en tierra. Los objetos se desplazaban a
velocidades increíbles hacia las montañas lejanas pare
regresar con igual rapidez al espacio aéreo en la vertical de
la granja de los Flanagan. El evento hizo tal impresión en la
mente del joven John que le era posible recordar los detalles
claramente casi 40 años después; parece ser que los labriegos
de la granja – miembros de la etnia shona – reaccionaron no
con miedo sino con un asombro indescriptible, describiendo lo
visto como murungu mkulu, que significa “gran hombre” y que a
menudo se reserva para hablar de Jesucristo.
El padre de
Flanagan se comunicó con las autoridades sobre su avistamiento
y el episodio apareció en las páginas del rotativo Rhodesia
News. Años más tarde, John habló con su madre para comparar
recuerdos, y la Sra. Flanagan dijo que también lo recordaba a
la perfección: el incidente había ocurrido sobre las 17:00
horas y que los objetos no habían emitido brillantez alguna,
reflejando la luz en sus superficies que tiraban entre
plateado y gris. Los objetos causaron una clara consternación
entre los miembros de la familia y los invitados a la granja,
que coincidieron en que los objetos no eran terrestres, y
gobernados por alguna clase de inteligencia.
Se desconoce si
la familia Flanagan estaba consciente de que los OVNI se
habían interesado por el sur del continente africano desde
comienzos de la década, y que otros encuentros en la misma
región de la moderna Zimbabwe habían sido dados a conocer a
los medios. En mayo de 1951, el Sr. TPF (entrevistado décadas
más tarde por Cynthia Hind) afirmó haber visto un objeto
parecido a “dos platos elípticos de poca profundidad, el uno
invertido sobre el otro” que se detuvo sobre la granja
Buckmaster una noche. Silencioso y sin luces, el platívolo
infundió semejante pavor en uno de los testigos que lo hizo
montarse en un coche y abandonar el lugar a toda
prisa.
En 1956, la
revista Flying Saucer Review publicó una nota sobre la
presencia de “Platillos Voladores” sobre la población de Ndola
en la actual república de Zambia. El 3 de julio de ese año, el
Sr. L. Walker, ferrocarrilero, había visto un objeto redondo y
plateado al norte de Ndola. El objeto se había cernido por
espacio de 4 minutos en el mismo sitio, según Walker antes de
desvanecerse poco a poco y desaparecer por completo. Uno de
sus compañeros de trabajo dijo que se trataba de un platillo
volador – término que ya podía escucharse hasta en las partes
más recónditas del África meridional. El servicio
meteorológico negó rotundamente que se tratase de globos
sonda.
La actividad OVNI
en los cielos de Zambia / Zimbabwe en julio y agosto de 1956
parecen constituir un macroavistamiento concentrado mayormente
en las regiones de producción cuprífera de Zambia, con objetos
avistados sobre los asentamientos mineros de Ndola, Kitwe,
Chingola y Bancroft, aparentemente interesados en el mineral
de la región. “Los mineros salían a la oscuridad desde el
interior de las tabernas locales, riéndose de la broma que
pensaban que les jugaban sus colegas,” escribe Waveney Girvan,
entonces editor de FSR. “Pero las sonrisas desparecían de sus
labios al mirar hacia el cielo y ver el objeto misterioso, que
se cernía antes de desaparecer.”
El interés del
fenómeno OVNI por las minas de cobre y de oro es algo
legendario y que se ha comprobado en otras partes del mundo,
como en las proyectadas minas de cobre en Adjuntas, Puerto
Rico, donde un objeto desconocido parece haber rajado una de
las enormes planchas de metal que cubrían los pozos de pruebas
de extracción, tal vez realizando su propia extracción con
medios desconocidos.
La década de los
’50 tocó a su fin sin casos de mayor trascendencia que estos a
la par que la actividad OVNI se transfería a otras partes del
mundo, pero las décadas posteriores traerían con ellas toda
suerte de fenómenos inexplicados.
¡Llegaron
los extraterrestres!
En 1974, el
influyente rotativo The Liberian Star de Monrovia, capital de
la república de Liberia, publicó la increíble noticia de que
un agente de la policía había disparado su arma reglamentaria
contra un “extraño ser humanoide.” Como si fuera poco, los
pilotos de avionetas que cruzaban el oeste de África se
quejaron de haber sido víctimas de persecuciones por objetos
desconocidos, y un científico se había pronunciado sobre el
asunto, afirmando que las selvas del África Occidental servían
de base para invasores del espacio: todo esto un año después
del macroavistamiento del 1973 en Estados Unidos. La columna
del director del periódico decía así: “Hasta los escépticos
más obstinados comienzan a preguntarse si visitantes del
espacio exterior han seleccionado nuestra región para entablar
su contacto inicial con la humanidad...”
Liberia no era la
única afectada: Senegal, Gambia, Sierra Leona, Costa de
Marfil, Togo, la actual Benin y Nigeria figuraban entre los
países siendo visitados por los no identificados. Las noticias
no habrían trascendido fuera de esta región de no haber sido
por el escritor norteamericano Ronald Drucker, cuyos contactos
en la región – mayormente pilotos comerciales estadounidenses
afiliados a las empresas petroleras de la zona – le
mantuvieron al tanto de la situación. Uno de ellos, Bill
Stockwell, vecino de Duluth, Minnesota (EUA) tuvo un encuentro
cercano sobre las selvas de Liberia que raya en lo
alucinante.
El 29 de septiembre de 1974,
Stockwell pilotaba su avioneta Piper PA-22 Tri-Pacer entre
Monrovia y el asentamiento minero de Nimba, en las montañas
del país. Las condiciones del vuelo eran pésimas—la lluvia
creaba una envuelta gris de la que no se podía salir, y abajo
solo se divisaba el manto verde de la selva. A las 11:31 de la
mañana, justo cuando Stockwell se disponía a usar la radio
para solicitar información, el piloto y su copiloto, Frank
Wey, se dieron cuenta de que un enorme objeto gris, de forma
esférica, les bloqueaba el paso en el cielo. Aturdido,
Stockwell pensó que se trataba de una enorme “rueda de ruleta”
gris en los aires, con indentaciones uniformes a su alrededor
que pudieron haber sido ventanillas o toberas de propulsión. A
pesar de que Wey le instaba a gritos que estaban a punto de
chocar contra aquello, Stockwell seguía fascinado con el
objeto, acercándose a él.
De
repente ambos hombres se dieron cuenta de que el objeto
también los había visto a ellos.
El Piper P-22
comenzó una serie de maniobras para esquivar al desconocido,
que ahora los seguía como un depredador gris. Volando
peligrosamente sobre los enormes árboles de la selva,
Stockwell podía escuchar con claridad el latir de su corazón
mientras que la masa desconocida se mantenía constante. En un
momento, el objeto pasó justo sobre la avioneta, perdiéndose
entre las nubes lluviosas. Visiblemente alterados por la
experiencia, los pilotos llegaron a Nimba temblorosos; horas
mas tarde un piloto de la aerolínea Air Ghana confirmaría
haber visto un objeto parecido. A los pocos días, un piloto de
la Pan American afirmaba haber visto un aparato luminoso y
pulsante “con la forma de una taza de café” que se alejaba de
su avión sobre los cielos de Nigeria.
El 1 de octubre,
el periódico Morning Journal de Lagos, la capital nigeriana,
publicaría el caso de un niño que se topó con las enormes
huellas humanoides – de tres dedos – ceca de la playa, pero la
marea las había borrado antes de que se pudiesen tomar moldes
de las mismas. Pero no importaba, porque Esperance Akinode, de
la república de Senegal, había tenido un encuentro cercano con
un ser de ocho pies de estatura “cubierto de pelambre corto y
lacio” en la población de St. Louis, mientras que un grupo de
13 personas presenciaba la el aterrizaje de un OVNI y la
presencia de un tripulante el 13 de octubre de
1974.
Este caso, sin
duda el más importante de la oleada africana del ’74, fue
atestiguado por Felice Ravolo, Comisionado de Asuntos Internos
de la capital senegalesa. Educado en Francia y en los Estados
Unidos, Ravolo había oído a sus compañeros hablar de OVNIs
pero sin hacer mucho caso al asunto. Pero a las ocho y veinte
de la noche, mientras que disfrutaba de un café de sobremesa
en su hogar, Ravolo se percató de que una expresión extraña se
apoderaba de las facciones de su esposa mientras que esta
miraba por la ventana hacia el pantano detrás de la vivienda.
Alarmado, el funcionario tomó su revólver y se asomó por la
ventana para ver como dos objetos luminosos se cernían sobre
la superficie acuosa del pantano; un tercer objeto, rojo como
“un pedazo de hierro al rojo vivo” estaba más cerca de la
casa, casi justo sobre las jacarandas. Justo por debajo de
este tercer objeto se desplazaba un bulto—un ser viviente de
forma humanoide, pero de forma más alta y delgada, y
aparentemente cubierto de pelo corto.
El funcionario
dijo que una sensación de malevolencia emanaba de este extraño
ser, y que no dudó en disparar su arma contra el desconocido.
El ser reaccionó, dando saltos a la increíble altura de 20
pies sobre el terreno, hasta ser absorbido por el enorme OVNI
que permanecía suspendido sobre los árboles. A pesar de esto,
Revolo siguió disparando contra el objeto
desconocido.
Cuál sería la
sorpresa del funcionario al descubrir que sus vecinos también
habían presenciado la extraña y siniestra figura desde sus
propios hogares, y que algunos creyeron haber visto dos
figuras más de la misma descripción. Un total de mil personas
en la populosa Lagos afirmarían haber visto tres OVNIs esa
misma noche, aunque las repercusiones no tardaron en sentirse:
el periódico censuró a Revolo por haber disparado contra el
misterioso visitante, tal vez temiendo que su temeraria acción
pudiese haber desencadenado una guerra
interplanetaria.
El
aterrizaje de Loxon
La desolada región sudafricana
conocida como “Karoo”, con su relieve lunar e inhóspito, sería
el escenario de uno de los encuentros en tercera fase más
controvertidos de la ufología – el caso del supuesto OVNI que
aterrizó el pueblo sudafricano de Loxton, provincia del Cabo,
el 31 de julio de 1975. Danie van Graan se disponía a salir a
dar su paseo matutino habitual entre las brumas de la región,
trepando sobre un dique de nueve pies de alto para salir de la
aldea. Repentinamente se dio cuenta de la presencia de un
objeto metálico que tomó por una caravana averiada, y se
dirigió hacia ella para ofrecer su ayuda a sus desventurados
ocupantes. Pero con cada paso que daba van Graan, se percataba
que había algo sumamente raro con la supuesta caravana...lo
más visible siendo su inusual forma ovalada...
Dentro del
objeto, el sudafricano pudo ver cuatro figuras vestidas en
trajes enterizos con capuchas que colgaban del cuello de los
uniformes. Eran personajes rubios de cara alargada y pómulos
sumamente altos. Uno de ellos parecía portar una cámara o
microscopio; dos estaban parados lado a lado sin hacer nada, y
el cuarto parecía estudiar un tablero de instrumentos. Según
van Graan, podía escucharse un zumbido muy pronunciado, como
el de un generador eléctrico. Justo cuando el buen samaritano
se acercaba para ofrecer su ayuda en voz alta, se abrió “una
pequeña pestaña” en el vehículo y un haz de luz le impactó
justo entre los ojos. Literalmente deslumbrado, van Graan se
sintió aturdido, consciente de que algo le acababa de suceder,
pero sin saber exactamente qué: el principal síntoma físico al
momento siendo un derrame nasal. Consiguió sin embargo
apartarse del haz de luz y se alejó al extremo opuesto del
gran campo abierto, donde siguió contemplando el
vehículo.
Los extraños
ocupantes del vehículo también le miraban, y el zumbido
aumentó de frecuencia e intensidad. El objeto comenzaba a
vibrar, según las declaraciones de van Graan, antes de
despegar de manera muy uniforme a una velocidad prodigiosa,
siguiendo un ángulo de 15 a 20 grados – rozando la punta de un
molino – y despareciendo de vista en cuestión de 20
segundos.
Genio y figura
del tradicional granjero boer, van Graan no pensó en marcianos
ni extraterrestres al momento de producirse el incidente, pero
las secuelas físicas producidas por el encuentro le llevaron a
considerarlo. A raíz del encuentro, su visión quedó cruzada y
se le hacía difícil abrir los ojos por las mañanas, como si un
pegamento se lo impidiese. “Lo que sí pensé,” dijo el testigo
al investigador Joseph Brill, “aunque no fue al momento, sino
después de producirse el encuentro, es que era una lástima que
no hubiese podido llegar hasta el objeto y hablar con esa
gente, no importa de dónde hayan sido, y haber realizado un
trueque. Yo llevaba dinero encima, tenía mi reloj de pulsera,
pude habérselos dado a cambio de algo de ellos. Uno oye hablar
tanto de los OVNI, pero jamás se dice que nadie posea pruebas
físicas de su encuentro.”
Comienzan
las abducciones
Resulta difícil escribir sobre
el tema de las abducciones – el “motor” de la ufología en la
década de los ’90 – sin considerar primero que todos nuestros
conocimientos sobre el tema provienen de una perspectiva
occidental, fundamentada mal que bien en el racionalismo, y
que parecen seguir patrones que han sido exhaustivamente
descritos por los investigadores y escritores del tema
(Hopkins, Jacobs, Streiber, etc.). Al internarnos en África,
podemos ver que estos parámetros no aplican con precisión, y
que el modelo occidental/racional/judeocristiano es sustituido
por otro regido por creencias animistas o islámicas. Lo más
común es que los testigos nativos consideren haber visto
fantasmas o espíritus ancestrales denominados shave, incapaces
de descansar en paz porque sus descendientes no han realizado
los ritos apropiados. No hay grises cabezones ni experimentos
físicos, aunque las experiencias son tanto o más
estremecedoras, como veremos a continuación.
En 1992, una
joven conocida sólo como Gamida, vecina de la populosa
Johannesburgo en Sudáfrica, de padre indio y madre malaya,
comunicó sus experiencias de visitantes de dormitorio /
secuestro a la investigadora Cynthia Hind tras de haber
escuchado una entrevista con esta en Radio 702.
Todo comenzó una
noche cuando los hijos de Gamida – niños de 10 y 11 años de
edad respectivamente – gritaron pidiendo auxilio desde su
habitación. Cuando la madre entró al cuarto para tomar a uno
de sus hijos de la mano, sintió en vez “una garra torcida,
fría y vieja” que se lo impedía. Al día siguiente, consultó el
incidente con su hijo y le dijo que había sido algo real, pero
que no debía contárselo a nadie. La madre y sus hijos se
reservaron el secreto del terror de aquella noche y decidieron
dormir en la misma cama en otra habitación.
Pero las
fuerzas oscuras no tardarían en interesarse por ella
también.
Una noche,
escribe Gamida, escuchó un sonido parecido a un “clic”, como
si una llave estuviese abriendo un cerrojo, cosa que no podía
ser, ya que el pestillo de la puerta estaba bloqueado por otra
llave, imposibilitando la entrada. Repentinamente, una figura
encapuchada, como la de un monje, estaba incorporada justo al
lado de la cama. “Me paralizaba el miedo y no pude hacer nada,
ni siquiera verle la cara. La figura parecía estar orando y
luego sopló suavemente en mi oreja derecha. El soplo hizo que
el cuerpo de Gamida se estremeciese violentamente por dentro,
aunque sin movimiento externo.
La inquietante
figura salió de la habitación por la ventana cerrada “como una
bruja”. El reloj al lado de la mesa indicaba que eran las
04:00 horas.
Posterior a eso,
Gamida siempre podía sentir la llegada de estas siniestras
fuerzas: se producían vibraciones, el aletear de las alas de
pájaros, o el sonido de una campana en la lejanía. “Siento
vibraciones y siento la presencia, y me quedo en trance cuando
comienzan a hacer cosas con mi rostro. No estoy segura de lo
que están haciendo.”
El hermano de
Gamida, estudiante del Islam, no dudo en ayudarla,
manteniéndose en vela al lado de su lecho durante la noche y
orando. “En una ocasión”, escribe Gamida, ambos sentimos que
algo salía vibrando del colchón para luego violarme. Mi
hermano entonces rezaba y aquello desaparecía. Creo firmemente
que sus plegarias me ayudaron mucho, porque las violaciones
ocurrieron con menor frecuencia, aunque en su ausencia se
repetían con mayor intensidad.
Después de estos
incidentes, Gamida envió a sus hijos a vivir con el padre de
estos. Comentaron posteriormente a su madre que de vez
encuentro podían verlos a “Ellos” aunque estos no les hacían
nada. Ambos chicos insistieron que habían tenido experiencias
muy raras, como cuando un hombre atravesó la puerta cerrada de
un armario para “hacerles cosquillas”.
Los expedientes
de la investigadora sudafricana Pam Puxley también contienen
muchos casos adicionales sobre secuestros en el corazón del
continente negro. Uno de los más interesante es el ocurrido a
Charmaine, vecina de la provincia de Natal en la República
Sudafricana.
Desde una edad
temprana, Charmaine tuvo un temor indescriptible hacia la
oscuridad. Aún a los 24 años de edad, viviendo en una aislada
granja, el anochecer bastaba para infundirle pavor. A los 8 ó
9 años, Charmaine tuvo una experiencia aterradora que no puede
– o no desea – recordar, pero el hecho es que a pesar de
haberse acostado en su cama como de costumbre, despertó a
mitad del gran jardín de la casa de la granja en medio de la
noche, sintiéndose perdida y con gran frío, a pesar del calor
de una noche de verano austral. Nunca fue sonámbula, y salir
de la casa le hubiera sido imposible debido a que no podía
alcanzar el pestillo de la puerta a su edad.
Posterior a eso,
Charmaine sentiría pánico de un galpón localizado al final del
patio: un día en que su padre le pidió ir a por un rastrillo,
la niña fue totalmente incapaz de hacerlo, petrificada de
miedo. Sus padres se quedaron muy extrañados por su actitud y
no dijeron nada, pero “me alegré mucho cuando nos mudamos de
aquel sitio,” confesó la posible secuestrada a la
investigadora Puxley.
Aunque su madre
no tiene explicación por lo sucedido, se extrañó mucho de otro
detalle: que la niña había sufrido una cortadura larga y
perfecta en el interior de su muslo, detalle del que no se
había percatado antes. Esta extraña cicatriz sigue en el
cuerpo de Charmaine hasta el día de hoy.
A los quince años
de edad, de visita en Johannesburgo, Charmaine se fue a la
cama un poco más temprano que de costumbre, quedándose dormida
enseguida. La presencia de una enorme luz brillante afuera de
la ventana de la habitación en un edificio de pisos, la
despertó sobresaltada. Aunque las cortinas estaban cerradas,
la joven podía distinguir la enorme luz claramente,
aterrorizada y paralizada. Después de eso ya no recuerda nada.
“Al día siguiente”, cuenta Charmaine, “pregunté a los demás si
habían visto la enorme luz resplandeciente y contestaron que
no, diciendo que seguramente lo había soñado”.
Creciendo en un
entorno y país en el que no solía hablarse de OVNIs y menos de
extraterrestres, Charmaine no pensaba en alienígenas hasta que
le tocó leer por casualidad el libro Intruders de Budd
Hopkins. “Algunas partes de ese libro me asustaron a tal grado
que no pude acabarlo. Me puse tan temblorosa y asustada que no
quiero leer ninguno más”. |